domingo, 27 de septiembre de 2009

“Carreteando al lado de la Michelle”

domingo, 27 de septiembre de 2009

Jueves 17 de Septiembre; el reloj marca las 10.30pm.

Me encuentro en la boletería del metro Moneda; el lugar está infestado de gente: pokemones, lesbianas, punks, hippies y uno que otro tipo que no puede ser descrito en palabras, rondan el lugar.

Estoy ansioso de encontrarme con mis amigos; se viene una buena noche: tenemos cigarros ilegales, dinero para embriagarnos y ganas de ver la realidad desde otra perspectiva.

Somos jóvenes, poco me importa estar frente al Palacio de Gobierno; la mota pintará nuestros ojos de rojo y el alcohol sanará la terminal sed producida por aquel bendito buqué.

Humo.

Risas y tragos inundan como ráfagas de viento el ambiente; una euforia colectiva se impregna en la ropa del agitado público, junto al dulce sabor de la marihuana. Mi distorsionado, pero cándido estado de conciencia hace que cada acorde, luz y calada tuvieran el fragor de un orgasmo en aquel húmedo monte de Venus.

Luego de prender el segundo canuto, empezó el show o propaganda política; cuesta diferenciar el real objetivo, sin embargo, se esmeran en hacernos creer que el evento es consecuencia del pronto bicentenario del país.

Doscientos años de libertad. ¿Libertad de qué?

La música va bien, están terminando de tocar “Los Tres” y un senil Buddy Richards lucha por emitir un decadente cántico que toma el triple de esfuerzo ser escuchado.

Falla, su débil voz se pierde entre los gritos de la gente y la endiosada voz de Álvaro Henríquez.

Ángel Parra nos deleita con un solo.

Me llama la atención ver banderas del “Che”. De repente, no sé si estoy en una celebración nacional o en un recital del partido comunista.

Da igual, doy otra calada. Inhalo, exhalo.

¡BUM! ¡ROJO! ¡BUM! ¡VERDE! ¡BUM! ¡MORADO! ¡BUM! ¡AMARILLO!

Miro atónito los fuegos de artificio, salen como cohetes disparados desde La Moneda, junto a una nube de humo que se enciende eléctricamente con cada destello multicromático; mis ojos no pueden cesar de ver el baile de los colores encendidos; estoy en trance; estamos en trance. La gente celebra.

Pan y circo.

Pasadas las horas, humos y sorbos; mi visión, estando fragmentada por el gas de la cerveza y mi estómago, llorando por unos cuantos bocados de comida, presentaban el fin de la celebración.

El pueblo –embriagado en vino y música- empieza a moverse, los menos van a casa; el resto sigue intoxicándose. Sabía decisión.

El alcohol fluye por nuestras venas y la hierba nos esboza una simpática sonrisa; reímos a carcajadas, caminamos tambaleándonos y nos perdemos entre la multitud; vamos junto al ganado, pero sin ellos: estamos en otra realidad. Prendo mi último Pall mall; sorbo el resto de la Báltica, lanzándola al piso.

No voy a casa: la noche es joven; nosotros también; es hora de desvirgarla.


Por Matías Montero "Balticón"

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